miércoles, 17 de marzo de 2010







Este fin de semana rompí el último mug que me regalaste.

Lo estaba usando para tomar agua, como siempre, porque así se volvió normal que con él te recordara en ese momento de debilidad en el que llegaste a mi puerta con un ramo de flores y la cara trastornada. Es el último gesto verdadero que recuerdo de lo que fue nuestro amor.

Pasó cuando leyendo un libro y sin fijarme, dirigí mi mano hacia la mesa y lo solté, pero lo dejé tan al borde, que más de la mitad de la superficie quedó suspendida en el aire por un instante, y luego cayó vertiginosamente hasta el piso para partirse en dos pedazos. La oreja quedó intacta. Entonces me quedé mirándolo fijamente por un momento; noté que quedaron pocas esquirlas, y las diminutas gotas de agua que dejé al fondo del vaso estaban en el piso, justo debajo del borde. El escándalo no fue tan grande, ya me había tomado el agua y estaba vacío, las goticas fueron tal vez 5 o 6, no lo suficiente para hacer un desastre, para salir corriendo a buscar un trapo.

Finalmente decidí dejarlo ahí tal y como estaba, mientras terminaba de leer. Entonces resultó que cuando cerré el libro tampoco quise recoger los trozos. El vaso siguió ahí hasta la hora de dormir: como las 3 de la mañana. Con un pequeño ritual tomé el recogeror y la escoba, y lentamente comencé a arrastrar las esquirlas. Luego tomé los dos pedazos grandes y traté de hacerlos encajar de nuevo, se veía igual que antes, como un vaso bonito. Pero con sensatez tuve que aceptar que ya no era el mismo vaso, se había roto porque lo dejé caer, me descuidé, estaba tan acostumbrada a él que tal vez se me olvidó depositarlo con cuidado. Se rompió. Ya no puedo arreglarlo. El vaso estaba vacío, ya no había nada que tomar, las gotas del suelo no fueron muchas, pero era un vaso bonito, me gustaba verlo lleno, con sus cuadritos en tonos de café y negro con fondo blanco. Siempre tuve miedo a que se rompiera estando lleno de agua, pero ya ves, se rompió de la mejor manera, vacío, ya sin nada que ofrecer.

Se quedó en el mesón de la cocina hasta el otro día, en la noche; en esas llegó mi mamá y me preguntó porqué no lo había botado, le respondí que no encontraba una bolsita donde empacarlo para que la bolsa de basura no se fuera a cortar. Ya sin manera de retenerlo en casa, lo boté a la caneca, sin bolsita.

Adiós vaso bonito, eras mi favorito, pero me puedes cortar, y ya estás roto.


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