martes, 10 de abril de 2007

Está lloviendo y hace sol; hoy es un día perfecto para soñar, es de esos rarísimos que uno se encuentra cada mil años; y yo estoy sentada y de piernas cruzadas con unas botas nuevas y esperando a que el atardecer se pose para encontrarle un poco de sentido a la existencia, viendo la luz amarilla que se riega por entre la ventana, y oyendo los golpecitos de lluvia que se cuelan por entre los techos. Estoy callada, no veo sentido a mucho de lo que estoy pensando, pero aún más que eso a lo que no estoy pensando. Pero como siempre la vida sigue y el tiempo nos lleva de la mano, tenemos que seguir así estemos caídos, él nos arrastra por el mundo y nos hace más viejos cada vez, y uno extraña más lo que quiere, lo siente más cerca, pero tan lejos aún. No digo tantas cosas como las que se me ocurrirían porque no se quién pueda leerlas, y no se quién pueda lamentar lo que no entienda; probablemente esa persona me importe mucho más de lo que creía que llegara a importarme, y probablemente no alcance el tiempo ni las palabras para explicar el desorden extraño que tengo por dentro, la contradicción de llevar una vida real y mágica al mismo tiempo, que cuando se confunden mucho no logro entender la razón por la que sigo en pie y pasan los días con todo su peso encima, pero cuando están separadas no me siento conforme con ninguna de las dos. Es como esa duda que asalta las cabezas cuando quieren responderse mágicamente las preguntas que necesariamente salen de una realidad concreta y simple como el tiempo y el espacio. A veces la vida no da para tanto, a veces el alma se marchita un poco porque necesita de realidad para poder fantasearla.
Se que no será tan duro cuando ya haya pasado el tiempo y las fantasías se vuelvan realidades...