viernes, 26 de marzo de 2010

Debería poder estar tranquila por estos días. Se que aún no he sanado bien las heridas, pero estoy tratando de llevarlas con calma. Sin embargo a veces me ataca una soledad inclemente que me hace buscar desesperadamente una salida, me causa pánico, como si estuviera encerrada en un ascensor a punto de caerse. En esos momentos atino a caer en las manos suaves de mi mundo, de mi diseño. Él muchas veces me atormenta retándome a no dejarme vencer, a estar bien, porque es la única manera en que puedo intimar con él sin que se me convierta en una masa amorfa. Además de él, inevitablemente se me despiertan esas ganas hormonales de demostrarme que también soy hermosa, y que aunque no me lo crea, puedo llegar a despertar los más bajos instintos que le despertaba a él. Puedo hacer que me ame otro. Y entonces me monto en la empresa de cargar mis hormonas en el pelo y en la boca, y me aviento al mundo, nerviosa, insegura, como si eso fuera lo que en principio le gustó de mí... pero así no quiera sigo tambaleando y agarrándome de las paredes para no caer directo al piso, para no rasparme las rodillas. Hay algunas paredes que son duras y frías, como la primera en la que me recosté, pero que igual me ayudó a distraerme y a apoyarme en ese primer momento de desolación por sentirme desamparada, sin amar y sin ser amada. La segunda en cambio fue más cálida, casi arrulladora; en ella me quedaré hasta que aparezca la siguiente, y así poco a poco me iré alejando del hueco en el que estoy, de la caída inminente a la que no me quiero enfrentar sola sin muletas, aunque se que tendré que hacerlo, pero tal vez quisiera tener más fuerza en mis piernas para cuando suceda, para seguir caminando, o al menos permanecer en pie, para no paralizar mi vida mientras tanto, así sea mentira.
Lo que pido es un poco de compañía, un poco de paciencia, una islita donde descansar antes de seguir mi camino, mientras el tiempo desvanece los recuerdos y recupero mi amor propio.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario